Soledad Castillero Quesada y Rita Calvário, Centro de Estudos Sociais, Universidade de Coimbra

La alimentación y la salud son dos ideas que están unidas, pues alimentarse es ante todo una cuestión fisiológica pero también una cuestión social, ecológica y cultural, aparte de económica. Hoy nos encontramos en la era del estilo de vida saludable y donde desde la Agenda 2030 de la ONU para el Desarrollo Sostenible y el Pacto Ecológico Europeo y su Estrategia del Campo al Plato se aboga por sistemas alimentarios saludables, sostenibles y equitativos. Además del enfoque en el consumo y del acceso a alimentos “sanos”– lo que es un alimento sano y por quién es un tema controvertido — hay un aspecto menos visible que tiene que ver con las formas de producción y sobre todo quién produce los alimentos. Hablamos no solo de la figura del campesino o campesina, productor o productora, sino también de los trabajadores y trabajadoras agrícolas y del manipulado que recolectan, envasan, etiquetan, limpian, cortan, etc.

El actual modelo de producción agrícola a nivel mundial se basa en  lo que la literatura llama enclaves agrícolas intensivos de exportación donde el dogma es maximizar la producción al menor coste. Esto a su vez es el resultado de lo que desde la Ecología-Mundo se entiende por la creación de fronteras de producción y el control de las cuatro naturalezas baratas: materia prima, energía, trabajo y alimento. Así, se abarata y precariza el trabajo para que los alimentos puedan ser competitivos en los mercados globales y se maximice la plusvalía. Este es el caso de cultivos como la fresa, el arándano, el tomate o la lechuga, muy común en el  sur de Europa donde se ha expandido este modelo basado en una mano de obra migrante barata y vulnerable.

Desde SWIFT se esta haciendo un estudio comparativo entre Andalucía, en el sur de España, y Odemira, en el sur de Portugal, enfocado en las mujeres inmigrantes y el sector del fruto rojo. A continuación, presentamos una breve radiografía a partir de una visita al territorio de Odemira que hicimos en los días 20-21 de abril, un fin de semana en plena campaña de recolección del fruto rojo, acompañadas del dirigente Alberto Matos de la delegación de Beja de SOLIM – Solidariedade Imigrante, una ONG de inmigrantes que actúa por los derechos de las personas inmigrantes.

Imagen 2. Trabajador agrícola en un invernadero de frutos rojos. Fonte: Rita y Soledad

Imagen 2. Trabajador agrícola en un invernadero de frutos rojos. Fonte: Rita y Soledad

La expansión del fruto rojo en Odemira

Odemira, ubicado en el Alentejo Litoral, pertenece al distrito de Beja y es la sede del municipio más grande de Portugal y uno de los más grandes de Europa. En los últimos 20-30 años se ha convertido en un enclave de producción intensivo para exportación, primero por capital extranjero europeo en 1970 (italiano y español) y después internacional a finales de 1980 (después de la entrada en la UE en 1986) y sobre todo en los años 90, donde se enmarca la instalación en 1998 de la empresa Driscoll, líder mundial de la producción y la distribución de fruto rojo.

Según los datos oficiales, Portugal dedica unas 5.000 hectáreas al cultivo de fruto rojo, o sea, de fresa, frambuesa, arándano y mora. En 2022 se producían de fresas cerca de 18.092 toneladas (que llegó a las 23.550 toneladas en 2020), de frambuesa 29.304 toneladas, de arándano 19.051 toneladas y de mora 2.712 toneladas. Estas cifras sitúan a Portugal como uno de los principales países productores y exportadores en la Unión Europea. En la producción y comercialización de frutas y verduras frescas a nivel nacional, las empresas de frutos rojos ocupan los primeros lugares en términos de ingresos.

Para todo esto han contribuido dos factores clave: la “abundancia” de agua barata permitida por la presa de Santa Clara y el Perímetro de Riego del río Mira, construidos ya en finales de los 1960s por la dictadura en la perspectiva de modernizar la agricultura en la región; y, la “abundancia” de mano de obra barata, primera de población local que se quedo en el paro con la destrucción (a partir de 1977) de la Reforma Agrária iniciada en 1975 — en la secuencia de la Revolución Portuguesa del 25 de abril de 1974 — y después de población inmigrante.

Al día de hoy, con el consumo intensivo de agua por la agricultura industrial, los problemas de sequia se agravan en la región y para las poblaciones locales. Además, gran parte de estos municipios son zonas protegidas y se ubican dentro de un parque natural y en la Red Natura 2000, siendo así un “hotspot” de la biodiversidad. Los daños ambientales y paisajistas son evidentes, además de los potenciales problemas de salud por el uso de químicos abundantes en esta agricultura intensiva. En los últimos años, Odemira es el municipio donde la población mas ha crecido, debido al turismo (aún no masificado), a los y las nómadas digitales y sobre todo a la mano de obra en la agricultura intensiva. Si esto contraria el abandono rural y trae diversidad cultural a los territorios locales, también significa dificultades acrecidas por la explotación y vulnerabilidad a que esta población esta sujeta en términos de derechos laborales y sociales que influye en todo lo demás, como es el acceso a la vivienda.

 Una breve radiografía de Odemira y algunas conexiones con Huelva

En nuestro recorrido por el território, desde Odemira a São Teotónio, Brejão y S. Miguel y desde Zambujeira do Mar a Longueira/Almograve, hemos podido observar una gran extensión de invernaderos, en muchos casos escondidos por plantas exteriores o cubiertos por redes. Además del “mar de plástico”, lo más impactante fueron el continuo de personas trabajadoras caminando por las carreteras sin seguridad, sin un asfalto acondicionado, sin iluminación, muchas veces haciendo kilómetros (nos cruzamos con las mismas personas horas después en otras carreteras distantes de las primeras). No se descansa en fin de semana, ni  los domingos, y la imagen de los trabajadores y las trabajadoras se mezclaba con prácticas de turismo senior, de naturaleza o de surf en la misma zona. Dos mundos, frutos de la polarización socioeconómica del territorio que se cruzan, pero no se mezclan.

Imagen 4. Personas inmigrantes caminando por la carretera. Fonte: Rita y Soledad

Imagen 4. Personas inmigrantes caminando por la carretera. Fonte: Rita y Soledad

Los y las trabajadoras en Odemira son sobretodo del continente asiático, de India (3.000), Nepal (2.790), Tailandia (796), Bangladesh (504), etc., según los datos oficiales de 2021. Son sobretodo hombres, pero, como hemos podido observar en nuestro recorrido, también hay mujeres que se incorporan al trabajo agrícola en el sector del fruto rojo y otros. Al contrario del sector de fruto rojo en Huelva donde la mayoría son mujeres y que llegan contratadas en origen, las mujeres aquí no son la principal mano de obra en el sector y llegan principalmente por una re-agrupación familiar. No obstante, en ambos casos siguen siendo ellas las que encabezan los trabajos estacionales, de temporada al no ocupar puestos técnicos, de mantenimiento, supervisión u otros relegados a los trabajadores que si conservan el empleo de forma anual. Las mujeres suelen encargarse de las tareas de recolección, aunque en Portugal hay empresas donde hombres y mujeres por igual recolectan, limpian el invernadero, plantan y hacen las mismas tareas de trabajo manual, según nos informaron algunas trabajadoras. En todo caso, lo hacen en régimen de precariedad y acoso laboral muchas veces.

La modalidad contractual suele ser por temporadas cortas aunque también hay contratos permanentes (que son menos en las mujeres). No siempre un contracto garantiza un salario cierto a fin de mes ni confiere seguridad en el empleo, ya que hay una vigilancia y control que determina cuantas horas, días, semanas o meses se trabaja y como es contabilizado el tiempo de trabajo. Si no les gusta al supervisor la calidad del trabajo, si el numero de cajas no cumple las metas definidas cada día o si por algún motivo no le gusta el o la trabajadora, al final de día se dice que no vuelva el día siguiente. Si están enfermas o tienen que ir a un médico, no cobran. Y otras situaciones similares.

En principio, si todo ocurre dentro de la legalidad, se cobra el salario mínimo interprofesional, poco más de 700€. Pero los costes son grandes, con el transporte al trabajo, la vivienda precaria, la comida y otros gastos generales, además del envío de remesas a las familias, y, sobre todo, del pago a las redes de “mafias” que han tramitado el viaje, el trabajo, la casa, etc., muchas veces amenazando las familias el los países de origen. Con todo lo que se paga, lo que queda es nada y las vidas son aún más precarias. Pero la clave de todo esto entramado es el control sobre el trabajador y la trabajadora, en Europa y en los países de origen. Esto es lo que permite que esta sea una agricultura que se dice competitiva.

Imagen 4. Detalle de invernadero en Odemira. Fonte: Rita y Soledad

Imagen 4. Detalle de invernadero en Odemira. Fonte: Rita y Soledad

Al contrario de otros grupos de inmigrantes que llegan “sin papeles” y están en otros cultivos en el distrito de Beja (olivos, almendras, etc.), los contingentes asiáticos en general llegan “con papeles” pero tienen que pagar por todo. La dificultad de obtener el permiso de residencia con toda la burocracia del Estado favorece la existencia de redes clientelares muy grandes que se multiplican y ramifican. Es dinero fácil que se hace a costa del trabajo y de las vidas precarias, lo que conlleva a una situación de esclavitud moderna. Esto es un término que se utiliza en varios enclaves agrícolas intensivos, como ocurre en Huelva, en que se habla del “pasaporte frambuesa” para hablar de este negocio clientelar de empresas intermedias de contratación de trabajadores.

Según algunas noticias, se citan cifras que llegan hasta los 18.000€ para facilitar la entrada en la U.E. Es el dinero que pagan estos trabajadores que quedan anclados no solo a las condiciones precarias de trabajo, sino a la deuda y amenaza física por varios años. Así conceptos como explotación o tráfico de seres humanos están cada vez más ligados al trabajo agrícola. Pero cuando la contratación está pactada por los gobiernos, como es el caso de la contratación en origen desde Huelva con mujeres marroquíes, también encontramos situaciones parecidas. La búsqueda de una vida mejor y no solo de un trabajo, hacen que muchas mujeres se queden, busquen un contrato de trabajo y tener empadronamiento, lo que las deja vulnerables en las manos de redes similares ya que muchas coberturas que la legislación les niega, como el empadronamiento, terminan por comprarse. Igual ocurre con la compraventa de contratatos de trabajo para en un futuro poder obtener la documentación del país. Aunque los métodos de contratación en cada caso son distintos, los resultados son similares: vulneración de derechos sociolaborales.

A los modos de contratación, bajos salarios y vulneración de derechos, sumamos el problema de la vivienda. Hablamos de poblaciones rurales donde no se ha establecido una red de albergues o alojamientos de calidad, sin control de patrones o mafias, para temporeros y temporeras. Este problema lo encontramos en Odemira, Huelva o la provincia de Almería. La diferencia es que en Odemira, todavía, los y las inmigrantes viven en grupos grandes en casas pequeñas donde se paga mucho por una cama y falta el aire y las condiciones sanitarias — fácil de verificar, por ejemplo, simplemente caminando por las calles del centro de São Teotónio — en Huelva o Almería, donde el numero de población trabajadora inmigrante es mayor, están muy asentados en el territorio los asentamientos chabolistas. Desde el sector agrícola, el foco es siempre como aumentar la productividad y la rentabilidad y no el garantizar que haya condiciones de vida y trabajo para quien produce en realidad el valor del fruto rojo. El crecimiento de esta agricultura no ha ido acompañado de más inversión en los territorios locales en mejoría de condiciones de habitabilidad y mejora en los servicios públicos.

Imagen 5. Grupo de trabajadores y trabajadoras en la salida de un invernadero en Odemira. Fonte: Rita y Soledad

Imagen 5. Grupo de trabajadores y trabajadoras en la salida de un invernadero en Odemira. Fonte: Rita y Soledad

España y Portugal muestran muchas similitudes: población inmigrante precaria y barata para el trabajo agrícola, vigilancia y control social en el trabajo, problemas de vivienda, economía informal y peso de las mafias así como inequidad en el trabajo masculino y femenino siendo este el más estacional y precarizado.

Esta población es al mismo tiempo fluctuante y permanente: hay siempre trabajadores y trabajadoras en el sector porque este lo necesita pero las personas van a menudo cambiando, lo que alimenta y repite este ciclo de explotación y precariedad (y todos los problemas de vivienda, inserción social, etc.). Si las personas inmigrantes buscan mejores condiciones de vida y vienen donde hay trabajo (la primera condición de una vida mejor), ellas solo se quedan si lo encuentran. No es así difícil de percibir que la población local se ha ido cuando encontró mejores condiciones de trabajo y vida y que después que las poblaciones inmigrantes y los grupos de personas inmigrantes van cambiando: primero han venido a finales de los 1990 e inicios de los 2000, las personas de Europa Oriental (Ucrania, Bulgaria, Rumanía, etc.), y, después, y ahora, los de Asia (India, Nepal, etc.).

Romper con estos ciclos de precariedad y de las vidas suspensas de tanta gente “migrante” (que sale, entra, circula, se mueve, vuelve, reagrupa, etc.), solo es posible creando territorios de vida digna, donde hay trabajo y condiciones de estar y ser en plenitud. Esto pasa por garantizar en primera mano derechos sociales y laborales, pero también por repensar modelos en los y con los territorios. Los enclaves agrícolas intensivos, que desde Europa del Sur exportan alimentos “sanos” para los países de Europa de Norte (pero también agua que no hay, biodiversidad, trabajo sin derechos, vidas esclavas, etc.), no responde ni a la esperanza de una vida mejor ni a territorios rurales con vida ni a un sistema alimentario “sano”.